lunes, 30 de julio de 2007

Murió Bergman


Cómo un pequeño tributo, un pequeño texto de una de las películas que me ha marcado y ha convalidado mi gusto por el cine:

Fresas salvajes de Bergman (1957) es una película de reflexión como todas las del director sueco nacido en 1918 en Uppsala.

Fresas salvajes, nos dice John Kobal son el símbolo sueco de la llegada de la primavera, el renacimiento de la vida… Fresas salvajes surge de la propia vida de Bergman. (Las 100 mejores películas, John Kobal, Alianza Editorial, 1990, Madrid, Pág. 40)

Una historia sobre la mortalidad y la existencia. Un hombre viaja a Lund a recibir un premio por sus 50 años de carrera en la Medicina. Pero en el camino, debe enfrentar alucinaciones y sueños que reflejan sus más profundos temores, y a través de los cuales se va conociendo más. Esa sería la sinopsis de la película.

Para los que conocen la obra de Bergman sabrán que su estilo es siempre proporcional a la idea de la muerte y la trascendencia. Como ejemplo más claro está su película “El séptimo sello”.

Para los que seguimos conociendo la obra de Bergman descubriremos que la función inmediata del cine no es entretener, es cuestionar a base de una retórica de la existencialidad la idea del pertenecer. Es por eso que Bergman es considerado de los mejores directores del mundo.

La especulación es uno de los elementos de Bergman, porque la certeza de expresar las cosas no significa verdad. La verdad es una utopía que se enloda en las teorías, auspiciadas por la ciencia y la ideología.

Especulamos acerca de la vida y de la muerte, resumido en una dicotomía entre la existencia y la no existencia. Especular significa según José Ferrater Mora (Diccionario de filosofía abreviado) observar desde una altura. Así Bergman nos coloca en una posición superior a la normal y común en el cine del siglo pasado.

El discurso visual de Bergman parte de la idea de las tomas panorámicas para hacernos comprender la inmensidad que el mundo representa y la pequeñez que somos los humanos. La belleza inmiscuida en un encuadre cerrado al contemplar la artificialidad con la que vivimos. La antípoda realidad de un país como Suecia con sus paisajes deslumbrantes contrapuestos a la insignificancia de la duda y el razonamiento de la idea del ser. Contraponer la existencia de Dios frente a la existencia del hombre, sin duda una fórmula compleja. Bergman no necesita la guerra como motivo principal, basta la batalla interior para devastar al hombre.

Las reflexiones en “Fresas salvajes” van encaminadas a ese objetivo. Cuestionar la perenne incertidumbre de la justificación de la existencia con su costo definido y argumentado. La factura a pagar por todos, como parte del peaje terrestre. Nada es gratis en el mundo, sólo eso que incomprendemos.

El juego de la muerte como preámbulo de la vida.

Fresas salvajes, es ese juego arraigado a la vida misma, una indulgencia sobre el corazón. La insensibilidad y el egoísmo como una costra ancestral inamovible. Encontrar la muerte es por fin encontrarnos con uno mismo, dice Isak Borg, personaje principal del film. Una lástima que se tiene el hombre por él mismo. En el mundo de Bergman no existe el perdón, eso es una falacia, una broma, un cliché que utilizan los mortales para engullir la vida; en los personajes de Bergman sólo existe el pasado y el devenir. No hay presente, más que la reminiscencia del vivir, es extirpar los pecados con meticulosidad, quistes de la conciencia que nos ocasionan comezón. En “Fresas salvajes”, en ese mundo de bellos campos y casas frías, el único castigo es la soledad, la soledad primigenia, ésa, del génesis, como una lúgubre metáfora desprendida de un libro famoso. Basta con imaginar que somos felices y dejar que las estaciones del año pasen y pasen…

“Fresas salvajes” es el canto a la náusea envuelta en pequeños lazos que nos obligan a vivir. El bien y el mal no existen en la filmografía de Bergman, meros adjetivos que se confunden en el marasmo del hombre.

Bergman nos ofrece en ésta y sus demás películas, un manual de conciencia listo para usarse en el mundo, un mundo tan solemne con la locura.

La vida es una cadena de eventos ligados al azar, concluye Bergman.

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